Por Doroteo Fonseca
Salvadoreño
El General Francisco Menéndez,
cuando era presidente de la República de El Salvador, dio la siguiente orden a
la pequeña guardia estacionada en Casa Presidencial: “Queda terminantemente
prohibido dejar entrar a nadie después de las diez de la noche. Ni a mí mismo”.
Una noche el General regresó ya
pasada la hora y al querer entrar a su residencia, el centinela negó el paso.
El presidente insistió, de ahí que
el centinela atravesó el rifle para impedírselo. Ante esta negativa, el
general, muy sorprendido, preguntó al centinela:
- ¿Qué es esto? ¿Acaso no sabes quién
soy?
El centinela contestó:
- Sí, Señor: usted es el
Presidente.
El general insistió:
- Y entonces, ¿por qué no me dejas
pasar?
El centinela repuso:
- Porque el mismo Señor Presidente
ha dado orden de que pasada las diez de la noche, ni a él mismo se le deje
entrar.
Al día siguiente el general hizo
llamar a su presencia al centinela, quien esperaba un ejemplar castigo. El
general se quedó viéndolo fijamente y preguntó al centinela por su nombre,
edad, domicilio; si sabía leer y escribir, entre otras cosas. Por fin le
preguntó si volvería a impedirle el paso. El soldado tras un breve momento de
perplejidad, le contestó:
- Sí, mientras no cambie la orden.
El general, riendo de buena gana,
le dio unas cariñosas palmadas en el hombro. Le dijo que había hecho muy bien y
que así debía hacer siempre. Le aconsejó que siguiera siendo honrado, veraz y
disciplinado, lo mismo que aprendiera a leer y escribir.